A VECES ES NECESARIO PERDERSE…  

Si, me perdí… la semana pasada no aparecí por acá. Pero tenía mis razones, así que espero sepan disculpar.   

Una de las razones es que me fui a pasar el fin de semana a Cabuyal. Fueron días de desconexión, hablando con toda la literalidad de la palabra, pues en aquel rincón del país no llega la señal. ¡Ups!, ¿cómo así? 

Pues sí… nos tocó vivir como solíamos hacerlo hace unos años atrás. Imagínense que íbamos con nuestro maps, como toda persona moderna que tiene todo al alcance de la mano. Pero adivinen, nos quedamos sin señal y ahí no hay modernidad que nos pueda salvar mi gente, así que seguimos manejando y manejando, cuando creíamos que ya estábamos cerca, comenzamos a gritar como desaforados para ver en qué momento alguien conocido salía a recibirnos.  

No se rían, no es una historia producto de la imaginación de una escritora, como podrían creer algunos. No, fue una historia real. Y en su momento la pasamos muy mal, incluso valoramos pasar la noche en la playa sino encontrábamos la puñetera casa.  

Pero como les pasó a nuestros antepasados, nadie se muere por falta de tecnología, todo lo contrario. Y el que tiene boca… ustedes sabrán a que me refiero.   

Si hay alguien por acá que vivió como yo aquellas épocas, recordará que cuando decías que llegabas a un sitio determinado para encontrarte con alguien, tocaba hacerlo. Así no más, porque no había como avisarle al otro… así que la palabra era ley, sino llegabas era porque realmente algo grave había pasado. Y ahora que refresco mi memoria con esas situaciones, me parece genial, porque con ello nos ganábamos un poco de calma y también confianza en el otro.  

¡Qué tiempos aquellos! Sin duda se respiraba más tranquilidad, no pasábamos tan pendientes de las redes sociales, ni de quien nos escribió por WhatsApp. Aunque soy consciente de que eso no es garantía de que quienes estamos embarcados en proyectos, pues nos vaya a servir para enfocarnos más y mejor… Aun así, tengo la certeza de que, en lo personal, sí que me ayudaría bastante. Quizás ya hubiese terminado mi novela hace mucho – insértese emoji sarcástico porfa -.  

Pero con todo esto, pensaba también en que, como seres humanos, tendemos siempre a ir a los extremos, porque somos pasionales y nos mueven los impulsos y siempre queremos más. Y en casos así, la razón no siempre acompaña de la manera adecuada.  

Y resulta que ese deseo de más termina siendo la inmediatez en la que vivimos hoy en día gracias a la tecnología. Ese más termina siendo la necesidad que tenemos de que nos respondan los mensajes a una velocidad de 500 Mbps.   

Creo que esos días en Guanacaste, me ayudaron a ejercitar la paciencia y a vivir más el presente. Caminar sobre la arena a las 5 de la mañana es y será una de mis actividades favoritas por hacer. Porque somos el mar, el cielo y yo. Y en este caso, llegué igual de impetuosa que el mar, pero fueron esas ocasiones en las que pude bajarle dos rayas a la inmediatez, y me dejé abrazar por la brisa fresca del mar, entonces escuché su susurro que me pidió que respirara, y me dijo que hay cosas por las que todavía vale la pena esperar, vale la pena esforzarse, vale la pena simplemente vivirlas sin tanto teléfono al lado.  

Con esto quiero aclarar que no me estoy declarando hater de la tecnología, ni mucho menos. Amo la tecnología, la disfruto, pero creo que es importante ponerle atención al desenfoque constante al que nos invitan las redes sociales. Porque si, son una seducción terrible a la que todos estamos tentados.  

Y bueno, para finalizar mi perorata, les cuento que leí bastante. Los cuentos de Quiroga me acompañaron y para quienes no han leído sus obras se las recomiendo, también me encontré con un grupo alemán llamado Club des belugas y los escuché todo el tiempo, hacen un poco de jazz y loungue y por supuesto, en ese momento me sentí agradecida por la tecnología, porque sin ella no los habría conocido.  

Les mando un abrazo cariñoso, Gaby.  

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